viernes, 12 de noviembre de 2010

Valparaíso, año 1950

Recuerdo un día especial, en que la noche se veía muy hermosa desde el agujero en el que observaba; el cielo se veía particularmente más oscuro que otras noches, cubierto de luminosas estrellas que adornaban a una luna menguante, además le acompañaba un silencio agradable. Era tan bello, que no resistí salir de mi escondite unas horas antes de lo habitual.
En cuanto salí de la alcantarilla, inhalé profundamente parte de esa brisa marina que tanto disfrutaba en otra época, aunque mis pulmones hace tiempo habían dejado de serme útiles, me gustaba sentir el aire recorrer mi interior... me hacía sentir, por un instante, vivo.
Recorrí las calles sigilosamente. El salir más temprano tenía sus particularidades: mayor cantidad de gente deambulando, mayores posibilidades de ser visto. Tenía que ser cauteloso si quería llegar a observarla sin causar estragos por la ciudad.
Despúes de caminar unas cuadras en dirección a su casa, para mi sorpresa, logré al fin verla; estaba dirigiéndose a su casa, caminando solitariamente.
Su nombre era Pamela, una mujer que cautivó mis sentidos desde que la ví. La había conocido cuando aún era una tímida lolita de 15 años que usaba dos grandes trenzas para ordenar sus rizos negros. Ahora estaba transformada en una mujer madura, cuyos rizos ya no trenzaba y cuya personalidad la había hecho fuerte, trabajadora y aún más bella.
El levantarme temprano tuvo su recompensa, ya que logré verla despierta, mientras buscaba las llaves en su cartera para poder ingresar a su casa. Habitualmente, sólo lograba contemplarla mientras dormía en su cama y eso, no podía hacerlo todas las noches, pues irrumpir en su casa no era muy sencillo. Se requería de ciertas habilidades que no siempre eran efectivas, además lo que más me preocupaba era la posibilidad de despertarla, por lo que algunos días, prefería no molestarla.
Esa noche fue muy especial, logré verla vestida con una falda negra que se ajustaba a su silueta delgada y una blusa del mismo color que la hacía ver como una dama de alta sociedad, aunque el color negro no era su preferido...
(Sinceramente, no recuerdo ningún día haberla visto lucir otras prendas que no fuesen de color negro desde que yo había dejado de existir. Incluso su ropa para dormir era negra... Eso me hacía sentir algo culpable, pues por mi cabeza se paseaba la idea de que aún permanecía en luto.)
Finalmente, logró encontrar sus llaves, las introdujo en el cerrojo y abrió la puerta, pero antes de entrar, miró hacia los lados...
Me mantuve lo más quieto posible, mimetizándome con las sombras. Sentí por un momento en que giraría su cuerpo hacia donde estaba yo y me vería... Pero no fue así... Sólo miró hacia sus costados... y luego, entró a su casa y cerró la puerta.
Me quedé un rato meditando en la vereda que estaba frente a su casa. Tuve tantas ganas de llamar su atención, gritar su nombre, correr hacia ella y volver a sentir sus rizos enredarse entre mis dedos... Pero me contuve. Sabía que esas sólo eran estúpidas ideas que resultarían en sólo un grito de horror.
De repente, la noche se volvió como todas las otras noches... Algo simple... Que consistía en buscar alguna alimaña de la cual alimentarme, para luego volver a mi refugio.

1 comentario:

  1. Muy bueno. Romántico, con una pizca de suspenso.
    Una joyita literaria.

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