sábado, 9 de agosto de 2014

Las campanas del duelo se escuchan lejanamente

Estoy visitando de forma esporádica a la mujer ciega....
He estado confiando en que no puede ver mi rostro, por ende, ¿Qué voy a perder? Después de todo, un momento de actuación como un simple humano no me viene mal... En cierta forma lo añoraba.
Cada vez que golpeo a su puerta y escucha mi voz, ella se apresura en abrir la puerta y me saluda con una radiante sonrisa.
Inventé que trabajaba todo el día en la aduana y que por eso sólo podía visitarla ya entrando la noche... Ella lo comprendió.
Me ofrece té o café siempre y yo, aunque se lo recibo, termino disimuladamente vertiéndolo en sus plantas decorativas...
Se ha vuelto una rutina agradable ir a verla. Normalmente lo hago antes de comer, pues me preocupa que pueda percibir el olor de la sangre en mí.




Con el pasar de las noches, esas plantas a las que le vierto el café y el té, se han marchitado...